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La huída.



5 de la tarde del 10 de febrero de 1984, en la casa de los Hernández, Fabiola   vestida con una blusa blanca de tirantes y un pantalón de mezclilla, ordenaba su casa. Mientras sacudía, pensaba en lo poco satisfecha que se sentía por vivir de la manera en que lo hacía, tomó un paño y se dispuso a limpiar aquel mueble grande de madera que con mucho trabajo habían obtenido.  La sala que sólo contenía un mueble grande y una mesa pequeña para 4 personas.   Mientras limpiaba, su hija de 5 años llamada Laura le veía, uno de los tirantes de la blusa se deslizó por debajo de su hombro  ahí la niña presenció  una mancha de color entre verdoso y morado.  Con la curiosidad de una niña a tal edad Laura le preguntó:

-        -  Mamá, ¿qué es eso que tienes ahí?-
Fabiola se acomodó la blusa e hizo caso omiso, mientras la niña le seguía cuestionando:

-         - Mamá, ¿qué esa mancha que tienes tú espalda?-

-Esta vez la niña se acerco y le apuntó hacia la espalda. 

-Es un moretón-

Le contestó deseando que por fin sus preguntas pararan. La respuesta sólo creo más dudas en la mente de la pequeña Laura. 

- Y ¿cómo te la hiciste?- 

-Me caí y me golpeé con el mueble- Argumentó  Fabiola,  la pequeña siguió con el interrogatorio.
-           
-Y -¿por qué tú y papá gritaban?
         
  -
Son cosas de adultos Lau, no lo entenderías.

-Ahora ve a tu cuarto a jugar con tus muñecas, ya mero llega tú papá-

Y diciendo esto le besó en la cabeza.

En la calle Pedro Hernández iba rumbo a su casa en el carro que le había regalado su papá, era un modelo antiguo para la época, pero al fin y al cabo era un auto. Después de un mal día de trabajo y de beber con los amigos lo único que le quedaba era llegar a casa. Pedro había sido criado en una familia en donde las mujeres no “servían” más que para tener hijos y para limpiar la casa, era ahí donde estaba su lugar y no se permitiría que ninguna mujer se revelase ante un hombre ya que esto, cuando menos para los ojos de Pedro y de la mayoría de su familia, era inaceptable, simplemente un sueño guajiro que muchas mujeres querían que las demás creyeran. Mientras caminaba rumbo a casa  se imaginaba todas esas veces que su mujer le había dicho que  quería trabajar y que eso no tenía nada de malo, mientras que él siempre pensó que nunca permitiría a una mujer mantenerlo, sólo pensaba en lo que sus amigos del trabajo y sobre todo, su padre le dirían.

Llegó a casa y golpeó la puerta, una vez dentro dejó caer su mochila al suelo y se sentó en el comedor, permaneció en silencio unos cuantos minutos, cómo si esperase algo:
-        
¡Fabiola ¿En dónde chingados está mi comida?!-

Gritó mientras Fabiola  guardaba los paños que le habían servido para limpiar, ella le miró y  contestó con un tono de voz medio.
-         
- Perdón amor, es que no pensé que quisieras comer, como no me dijiste nada …-
-         
-¡No pensé, no pensé! ¡Pinches mujeres no sirven pa’ ni puta madre! ¡vengo de trabajar Fabiola, es obvio que quiero comer!
-            
-Ya Pedro, pero no me grites, ¿No ves que la niña nos escucha?-
-           
-¡Pues mejor! ¡Ya es hora de que vaya aprendiendo cual es el lugar de una mujer, y que no sea una mala esposa cómo tú!

La discusión era algo que no le extrañaba a la pequeña Laura, había sido lo mismo desde que podía recordar; el padre siempre llegaba a casa gritando o reclamando por algo, la madre se intentaba defender sin un argumento válido, según el padre claro está, y  luego venían los ruidos extraños acompañados de los gritos de dolor y el llanto de su madre. Laura siempre solía encerrarse en su cuarto a la espera de que todo terminara;  y a  pesar de su corta edad, estaba muy segura de lo que sucedía y sabía bien que ese moretón en la espalda de su mamá tenía algo que ver con esos ruidos extraños que se escuchaban por las tardes en su casa.

Fabiola por fin puso un plato de sopa frente a su marido, él, ansioso por comer sorbió un poco de sopa y con un grito dijo:
-         
- ¡Está caliente, por qué chingados no me avisaste que estaba caliente, eres una inútil, todos los pinches días es lo mismo!!!-

Y diciendo esto se levantó y se quitó el cinturón, Fabiola retrocedió y rogó con todas sus fuerzas. A Pedro, poco le importó, la golpeó con el cinturón en varias ocasiones ella cómo pudo en un forcejeo le arrebató el objeto y lo lanzó fuera de su alcance; esto para un hombre como Pedro era simplemente inaceptable, así que en vez de calmarlo lo enojó aún más. El gesto en la cara de Pedro se parecía más al de un animal que al de una persona, las acciones de Fabiola le habían provocado un golpe severo a su ego de hombre, por lo que buscaría a toda costa recuperarlo, la manera más fácil sería golpeando a su mujer.

Fabiola se retorcía en el piso e intentaba cubrirse las zonas blandas del cuerpo pero el ataque era simplemente salvaje, golpes y patadas llovían por doquier.  Terminado el arranque de ira y ya con el ego recuperado, Pedro se apartó del cuerpo de Fabiola que lloraba y se preguntaba el por qué lo había aguantado durante tantos años.

Las horas pasaron y llego el momento de acostarse, Fabiola arropó a Laura y la acostó, a pesar de que los daños a  su madre se veían a simple vista, esta vez no preguntó.  Fabiola le acarició el cabello y le dio un beso de buenas noches. Fue a su cuarto y se acostó. Pedro todavía se resentía del problema así que no dirigió palabra alguna a su esposa y durmió como si no  hubiese problemas entre ellos. Por su parte ella, no pudo conciliar el sueño, sólo sollozaba en silencio y se lamentaba por la pésima vida que tenía, cada vez que intentaba recordar algo bueno, se le venía a la mente todas esas tardes de humillaciones verbales y palizas sin sentido que había recibido, a veces, sólo por el simple deseo de su marido de golpear a alguien.

Entonces como si se tratara de iluminación divina se le ocurrió una idea, cogería todo el dinero que le sea posible y saldría de aquel infierno y se llevaría consigo a Laura. Esperó hasta que Pedro se durmiera y  cuando al fin estuvo segura, se levantó con extrema precaución y fue por Laura a la cuál despertó con movimientos suaves, tomó las llaves del auto y se decidió a huir de casa, si es que podía llamársele así, con sólo el auto y una cartera  se decidió a salir de ahí y llevarse a su hija.  Abrió el carro y subió a Laura en la parte trasera; cerró con cuidado y arrancó el auto. Salió de ahí, el ruido del motor despertó a Pedro,  este busco por la casa a su esposa e hija pero no las encontró. Enfurecido tiro todo lo que encontró a su paso y juró que volvería y que cuando lo hiciera, seguramente recibiría su merecido. 

Fabiola tras el volante pasaba las calles en busca de un lugar en donde dormir, cuando por fin se sintió lo suficientemente lejos de casa se estacionó y pasó al asiento de atrás abrazó a Laura  y después de unos cuantos  minutos por fin concilió el sueño.  

El día pintaba totalmente diferente para Fabiola, ahora comenzaría una nueva vida, abrió la cartera  y se encontró con tan sólo 40 pesos.  Como pudo consiguió el  desayuno,  paseo por las calles repletas de gente que le veían como si fuese un monstruo, ella tenía moretones en los brazos y uno en particular en la boca. Lo que, por algún motivo, alejaba a la gente de ella. Intentó conseguir trabajo pero sin resultados. Pronto  se dio cuenta que no podría sobrevivir de aquel modo. Tenía que hacer algo para  mantenerse viva y si no por ella, cuando menos por su hija.

Cogió a su hija entre los brazos y le beso, la llevo hasta el carro y la sentó en la parte trasera, se sentó al frente y lloró amargamente como si su problema no tuviera solución. Después de mirar a su hija encendió el coche; a cada semáforo y cada señal que pasaba su corazón latía con más esmero, cruzó una avenida y por fin después de tantos minutos de conducir, por fin aparcó  y dio un último suspiro y entró por la puerta de su casa.

Así, tomó la decisión que le pondría fin a su vida, pero que era necesaria para la supervivencia de su hija, aunque siendo sinceros, el alma de esa mujer, Fabiola, ya había muerto hacía años atrás.

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