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Mostrando entradas de mayo, 2017

CIcatriz.

La casa estaba en silencio, el corredor hecho un desmán. Las paredes desprendían un olor a madera vieja y estaban chamuscadas. Dentro. El humo era denso, había estado despierto todo el tiempo ¿Cómo no pude percatarme que la casa se incendiaba? Me increpé. No, respondí, si me había dado cuenta. Era solo que quería que pasara de este modo. Ahora tenía que salir de aquel lugar. El corazón me palpitaba, los músculos se me tensaron, apenas podía respirar. Las llamas ya alcanzaban la habitación contigua, minutos antes, el vecino del 22 había venido por mí. Gritó con todas sus fuerzas, pero yo no me moví, volvió a gritar y justo cuando había decidido entrar a por mi. Desistió, me estaba mirando a los ojos. Lo que vio le asustó, parecía ser que disfrutaba. Yo estaba sentado en medio del cuarto, las llamas empezaban a consumir la cortina vieja, esa que tenia frutas como decoración. Miraba con estupor las llamas, tenia la cara serena. El vecino bajó, desapareció, yo seguía ahí c

El abuelo.

Desde que tengo uso de razón la muerte siempre me ha parecido fascinante. ¿La vida es el proceso de la muerte? ¿Vivimos para morir?  Preguntas más, preguntas menos.  En los últimos días he estado intentando reflexionar acerca de cómo me siento. Esta vez la muerte es real. Me ha tocado la puerta a un horario imprevisto. Yo la había visto venir, o eso creía. A menudo se sentaba por largo tiempo en el jardín que teníamos a lado. Solía mirar desde ahí a través de la pequeña ventana que tenemos. Estaba ahí, acechaba a hurtadillas. Se tomaba un poco de ese líquido transparente, que asumo, es agua. Nos veía desde lejos. Al parecer era el único que podía verle. Después de levantarme por la mañana corría rápidamente hacia aquella ventanita. Esperaba paciente a que apareciera.  En ocasiones fallaba.  Supongo que no se puede estar desocupada todo el tiempo. Entre las pastillas, el mal humor y los pensamientos diáfanos de muerte que tenía el abuelo, y que mi madre tomaba como un berri

Diez para las diez.

  Eran las 9:40 cuando Rocío salió de la habitación. Llevaba consigo una buena botella de vino, un libro de Markus Zusak y un crucifijo.   Así era ella, de las personas que llevan cosas contradictorias al mismo tiempo. O más bien que en apariencia lo son pero que no tienen absolutamente nada que ver, en alguna ocasión había entrado a un restaurante vegano portando un abrigo de piel. El lugar se volvió loco, la gente cotilleaba a su alrededor, ella tenía sus razones y no era de las personas que van a sitios intentando provocar y poco le importa realmente. Siempre se hacía preguntas en la cabeza ¿De qué trabajan los padres de las iglesias? Solía decirle a su madre cuando tenía poco menos de 8 años de edad. ¿Será que las personas se han puesto a pensar en lo que significan ciertas cosas para otras? Lo dudaba pero no podía evitar hacerse la pregunta a menudo. Sin lugar a dudas era un ejemplar de persona bastante curiosa y atípica para la sociedad en la que vivía. Todo el mundo