El lugar se volvió loco, la gente cotilleaba a su alrededor, ella tenía sus razones y no era de las personas que van a sitios intentando provocar y poco le importa realmente. Siempre se hacía preguntas en la cabeza ¿De qué trabajan los padres de las iglesias? Solía decirle a su madre cuando tenía poco menos de 8 años de edad. ¿Será que las personas se han puesto a pensar en lo que significan ciertas cosas para otras? Lo dudaba pero no podía evitar hacerse la pregunta a menudo.
Sin lugar a dudas era un ejemplar
de persona bastante curiosa y atípica para la sociedad en la que vivía. Todo el
mundo le cuestionaba ese gusto suyo por portar un crucifijo mientras a la vez
decía convencida “No creo en lo que dice la biblia”.
Entonces venía la duda razonable
o la duda lógica. ¿Por qué llevas puesto eso entonces? Le cuestionaron en
más de una ocasión. Ella siempre respondía con una sonrisa en la cara.
Porque es algo que aprecio mucho,
este es el recuerdo que llevo conmigo a todos lados, es parte de lo que soy, en
este crucifijo se han mezclado victorias, fracasos, amigos, desamores, éxitos y
decepciones. Todo lo que soy está representado en este pequeño objeto. Si intentara venderlo no obtendría nada, es una baratija cualquiera. Un objeto sin valor para
cualquier comerciante excepto para aquellos que trafican con sentimientos, y de
esos, ya hacía mucho tiempo que no conocía a ninguno.
El último que conoció le
había aportado al crucifijo, y por ende a su vida, la última gran decepción de su
vida. Todo pintaba diferente, un chico letrado, tenía los pies sobre la tierra,
no tenía dinero, pero quién querría algo así cuando podía disfrutar de una plática
placentera que iba desde por qué Batman le ganaba a Superman, hasta las
complicaciones acerca de la teoría de cuerdas y sus posibles implicaciones en el
universo.
Un gran espectro de
conversaciones hacen a una persona interesante. Además, era un gran comediante,
poseía un fino sentido del humor que haría carcajearse al mismísimo Dr.
House. Si no fuese porque a menudo era
demasiado franco, hace mucho tiempo se habría casado. El ser letrado e
inteligente nunca ha sido impedimento para errar, al fin y al cabo, somos
humanos. Y hasta el hombre más inteligente del mundo se ha equivocado alguna
vez, seguramente le pasó igual que a Rocío, por confiar.
Llevaban poco más de 7 meses
saliendo, todo iba bien, se la pasaban de maravilla. Una cena por aquí, un
concierto allá, tres noches en la playa, a unas cuantas decenas de encuentros
sexuales. Y de repente como si nada hubiera pasado, desapareció. Al principio
Rocío se preocupó, pensaba que tenía que ser obra de algo macabro, pasó las
primeras dos noches como loca llamando a todo el mundo, a sus amigos, a sus
familiares, inclusive a la policía, pero todo fue infructífero.
Imprimió fotos de él y empezó a
hacer carteles, salió con el objetivo de localizarlo a como dé lugar. Un día a
las 9:35 de la noche recibió una llamada:
-Escúchame bien – dijo la voz
desde el teléfono- conozco a ese hombre, al que buscas. Hace 2 años desapareció
de mi vida también. Yo no fui tan gentil como tú, pensé que si quería volver,
lo haría después de un tiempo. Pero nunca apareció de nuevo por mi casa, no sé
bien qué habrá pasado o por qué dejó de salir conmigo. Pero estoy seguro que es
igual de infeliz que nosotras en este momento. Tienes que estar dañado del
cerebro, bueno no, del alma para hacerle eso a un ser humano. Así sea el mismísimo Adolf Hitler tienes que
tener demasiada desconsideración para abandonar a un ser humano a su suerte,
después de haber hecho un vínculo fuerte con él. Evidentemente no tengo las
respuestas de por qué lo hizo, solo llamaba para decirte que no le busques más.
No tiene caso. Olvídalo…
El sonido del teléfono muerto
retumbó en los oídos de Rocío, ni siquiera tuvo oportunidad de contestar. Colgó el teléfono, fue por una copa a la
alacena, cogió un par de cigarrillos y fue hacia la licorera. Ya con el vino en
mano, se acercó a su mesa de cama tomó un libro y salió al balcón. Su
apartamento estaba en el piso 22, la vista hacia la ciudad era peculiar,
delante de su edificio se levantaba un enorme rascacielos de 60 pisos, la
mayoría de ellos oficinas. Usaba poco el
balcón, y cuando lo hacía le gustaba que fuera de noche, así podía admirar el
espectáculo de luces que se producía por el ajetreo de la enorme ciudad.
Bebió dos copas de vino y fumo
aquel par de cigarros, mientras lo hacía se reprochaba a sí misma, pensaba una
y otra vez si aquel tipo había dado alguna señal de no querer nada serio, la
verdad es que ahora mismo no lo sabía. Ni siquiera estaba segura, miles de
sentimientos le sacudían la cabeza, fue mala idea tomar aquel libro, no podría
leer en aquellas condiciones.
El reloj marcaba las 9:47, ella
veía hacia el horizonte, subió al borde del pequeño muro que había en su
balcón, la bata verde que llevaba en ese momento hondeaba al ritmo del viento,
logró ponerse de pie sobre la barandilla….
9:48, cerró los ojos y permaneció
en silencio varios segundos, se colocó las manos entre los pechos como si rezara.
Todo se volvió silencio.
9:49, Se metió las manos hacia la
bata, sacó el crucifijo de ella y lo arrancó con las dos manos. Trastabilló….
El crucifijo se desprendió de sus manos, las preocupaciones aparecieron en su
mente, poco a poco vio cómo su vida caía hacia el precipicio, la baratija
rodaba en el aire sin control, era tan pequeña que la perdió de vista, cortaba
el aire como si fuera mantequilla, aquel pequeño objeto se caía a una velocidad
que parecía descomunal. De repente cayó
al suelo, rebotó en él y se perdió entre la oscuridad de la noche, al igual que
la vida de aquella pobre mujer.
El reloj marcó las 9:50.
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