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Mostrando entradas de octubre, 2011

El maletín.

El hombre caminaba a paso firme. La gente aglomerada en la estación era bastante. El hombre flaco y  viejo, de cabello castaño portaba un traje, unos zapatos café y un pequeño maletín. Se dirigió hacia hacía la entrada.  Saludo al guardia, caminó a la sala de espera y se sentó en las pequeñas sillas, llevaba con él un periódico lo abrió y leyó detenidamente la primera plana. “Balacera  deja 5 muertos”. Pasó la página, sonrió levemente y continuó ojeando, después de unos minutos  miró su reloj  y se levantó.  Se encaminó a la salida, pasó junto al guardia, le dedicó una sonrisa. El guardia le respondió de igual modo . Una vez afuera, apresuró el paso.  Dentro, el guardia se percató de un pequeño maletín junto a una banca vacía. Tomó el maletín y marchó fuera del edificio, a lo lejos podía ver a aquel hombre viejo y de cabello castaño, corrió entre el tumulto de gente con el único fin de alcanzar a aquel señor, cuando al fin lo hubo alcanzado, le tocó el hombro y  le dijo:

La Curva

La luna se alzaba en el cielo alumbrando los pastos verdes, abajo la débil carretera agrietada por el tiempo yacía bajo el resplandor de una noche que inspiraría hasta al hombre menos artístico, la estrellas parecían bailar y moverse al ritmo del aire y la frescura del clima invitaba a la reflexión. En medio de la oscuridad los desgastados zapatos deportivos se arrastraban por el suelo, el sujeto vestido con playera blanca y suéter de capucha reflexionaba. Anduvo unos cuantos metros, y metió  las manos en los bolsillos, alzó la mirada y se regocijó con el cielo estrellado. Continuó por la orilla de la carretera unos metros más y miró hacía lo lejos. Unas  luces amarillas podían apreciarse, el joven del suéter de capucha hizo una señal con la mano derecha pero fue insuficiente. Carlos manejaba por la ruta 22. Mientras conducía se preguntaba cómo alguien como él había llegado a esa situación; solo en medio de un camino casi desierto  y después de haber roto con su novia. Divagó un ra

Un Día Normal.

A través de la ventana podía visualizarse aquella realidad cubierta por asfalto, los edificios escorados en esa selva de cemento se erguían por encima del suelo casi tocando y susurrándole a las nubes. Era el día 22 del noveno mes, la gente en las calles caminaba a un ritmo ajetreado, el cielo regalaba una imagen opaca, pero no por ello menos hermosa. Las agencias noticiosas se ocupaban de cundir el pánico.  Es curioso, pensó Jaime, aquel joven sentado junto a la ventada del autobús 27. Tanta pobreza, tanta desigualdad y poca ayuda. Leyendo el periódico había llegado a aquella conclusión. Había más artículos destinados a la vida de los famosos que los que se destinaban a hacer conciencia social. Pasó la hoja de aquel medio impreso y se dispuso a leer un artículo relacionado con la política. Justo a su lado se encontraba Sofía. Sofía, una joven   de aspecto esbelto, ojos verdes y cabello castaño; aquella muchacha de aspecto puberto contaba ya con la mayoría de edad, su mirad

Insensible

La mirada perdida entre un valle de sollozos, un padre que mira a su hijo y que le abraza. La mujer del vestido blanco que llora frente a la iglesia y el vagabundo sumido en su pobreza. Pasando por la calle a una velocidad nada envidiable, se preparó para olvidarse un poco de sí mismo.  Se vio inmutado ante un mar de lágrimas, un golpe bajo y un sentimentalismo que parecía estar cerca de lo absurdo. Lo concebía cada vez menos y le iba menospreciando  cada vez más.  Ya no se trataba de robos, asaltos, extorsiones o maldades. Tampoco de sentimentalismos, tristeza o cualquier tipo de empatía; tal vez es porque se había hecho muy cotidiano o quizá porque en realidad nunca se permitió a sí mismo conmoverse. Ciertamente estando ahí o en cualquier parte lo único que podría percibirse de él sería indiferencia.  Mientras caminaba sin rumbo aparente se permitió preguntarse. “¿Me he vuelto así, o ya lo era?” En la inmensidad de su incomprensión logró aferrarse a una estructura que parecía d