Cada letra, cada espacio,
cada pensamiento y cada palabra va dirigida
hacia ti. En cada historia que cuento
apareces por arte de magia; con intensión o no, emerges de entre la imaginación
descrita en las características físicas de algún personaje o en lo poco que
conozco de tu personalidad. Te
encuentras en la sonrisa del niño, en el vuelo de las palomas, en la broma
mortal, en el retrato de infidelidad (claro, tú fuiste la que fue fiel), en los
ojos del enamorado y en el cuerpo de la bella joven. En el cielo grisáceo, en
las crónicas de los días normales, en los cuentos fantasiosos con enseñanza y
en los que simplemente recrean.
En los pensamientos
profundos y existencialistas; ¿Dios, humanidad
perturbación? ¿cine, televisión, radio? ¿Costumbres culturales, distracciones,
fiestas? ¿Amor, desamor? No, nada es más
profundo en mis pensamientos que tú.
¿Qué tienes tú que no tenga
Dios? ¿Qué tiene Dios que me hace
pensar? ¿Qué tiene el pensamiento que me hace
dudar? ¿Qué tiene la duda que me hace querer comprobar?
Al final… sólo compruebo que
no hay escapatoria. Todo se resume a ti.
Y entonces te escribo en las alas del ángel, en el milagro de la vida, en la insensibilidad del ser, en la muerte,
en las hormigas, en la historia lunar, en los labios del amante… en el cuento del deseo.
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