Camino por la calle, afuera el aire fresco y el color grisáceo del cielo me invita a reflexionar. Doy vuelta a la derecha y paso junto a una iglesia me topó con una señora a la cual saludo con mucha amabilidad, me devuelve el saludo y sigo rumbo a la parada del transporte. La cola es un poco larga así que hay que esperar. Entre gritos, desesperación y apuros miro hacia el cielo buscando una manera de distraerme; pero hoy, a pesar de que sólo exhibe una imagen, el cielo es interesante y hermoso. Y entonces mientras le miro intentando buscar formas a las nubes, cosa que parece imposible, algo cae en mi frente… se trata de una gota de aquel que algunos llaman el líquido vital.
Bajo la mirada y mientras la gota resbala por mi nariz, miles de sus compañeras empiezan a caer; la gente se angustia, y enseguida llega el transporte, poco a poco la cola avanza, las madres colocan los impermeables a los más pequeños y los más sofisticados llevan consigo un paraguas. Subo a la combi, como coloquialmente la llamamos, me siento en la parte de atrás de espaldas al conductor junto a la ventana. El viaje comienza y la evidencia de lluvia se hace presente a medida en que el tiempo avanza. Fijo mi atención en la ventana puedo ver como las gotas han dejado su marca en ella, como es que mientras van bajando forman varias bifurcaciones hasta parecer una red. A mi lado un niño come una dona, le miro mientras él me dedica una sonrisa y me ofrece de comer, le sonrío y le agradezco, pero sin tomar el pan. Busco entre mis cosas y logro tomar mis audífonos; por la ventana ahora puede apreciarse; aquellas estampidas de animales metálicos que acompañan el ajetreo de una ciudad.El tiempo de viaje se agota, o cuando menos sólo por unos minutos, y mientras voy rumbo al próximo paradero, la lluvia se desata con mayor intensidad.
La gente corre y se refugia, la naturaleza ha tomado el control y la tecnología se ve inservible ante el embate de la lluvia mientras yo, camino poco preocupado por la lluvia. Una señora me dice con un tono maternal “Niño te vas a resfriar”, le miro y le sonrío, mientras sigo caminando, siento como esas gotas van recorriendo todo mi cuerpo de pies a cabeza. Observo a mi alrededor muy pocas personas caminan por las calles; las demás están resguardadas bajo los techos de algunos negocios los cuales nunca había visto llenos. A lo lejos y entre las calles se han acumulado grandes cantidades de agua, algunas calles se han convertido en canales y mientras. La señora rica se despoja de sus zapatos para no echarlos a perder; una figura masculina camina sobre el agua, no se trata de Jesús ni de Criss Angel, es un ingenioso joven de aspecto rockero que se amarra unas bolsas de los pies hasta las pantorrillas, dejando atónitos a muchos, en especial a la señora pudiente. Por fin doy vuelta a la izquierda tras avanzar dos cuadras, llego al nuevo paradero y subo rumbo al lugar donde estudio.
El camión está lleno por lo que debo quedarme parado, me coloco los audífonos y enciendo la aplicación de música en mi celular; poco después de arrancar la lluvia cesa. Una calma en el ambiente se hace presente, la gente ya tranquila platica y uno que otro descansa de manera un poco incómoda. Las calles siguen muy traficadas, la tranquilidad en las calles que había traído la lluvia se fue con ella. Ahora la gente camina casi amontonada por las calles; la prisa se hace evidente. A la mitad del viaje, algunos asientos se desocupan se los ofrezco a las señoras que se encuentran a mi lado, pero ellas los rechazan debido a su cercanía con la ventana, me siento y cierro la ventana, con el tiempo el camión va quedando vacío. Llegados a la recta final la lluvia hace su aparición de nuevo ahora mucho más fuerte, los pocos pasajeros que quedamos cerramos las ventanas de inmediato, pero poco podemos hacer ante la una naturaleza que se manifiesta cada vez más violenta, cuando menos en apariencia desde dentro del bus. Llegados al destino, bajo rumbo a los salones de la facultad, algunos estudiantes corren rumbo a sus autos, otros rumbo a sus salones y yo, por mi parte, simplemente camino hacia la entrada de pisos rojizos y escaleras, me dirijo hacia mi aula y saludo a algunos compañeros, el día transcurre de modo atípico, evidentemente se trata del clima; los estudiantes con suéteres en pleno verano platican en los pasillos y en la cafetería.
La esencia del día se mantiene, pero la perspectiva es diferente. Después de la jornada de estudios, voy a casa. El regreso es más tranquilo pero no por ello menos interesante, los estudiantes se llenan el autobús; charlas intelectuales e intelectualoides pueden escucharse por los asientos, como en las películas la gente intenta ver por las ventanas sin éxito ante el exceso de agua que hay en ellas, el viaje termina y con un súbito sonido las puertas se abren, la gente baja y el ritual se repite: Los guarecidos, los que no quieren que se estropeen sus cosas y como salidos de una plaga; los que venden nylons. Recorro nuevamente el camino a la inversa, subo al último transporte del día, ese que me llevará por fin a casa. Mientras viajo a descansar sólo viene a mi mente una cosa: En días como este, se apetece un buen libro, un café o mucha inspiración. Llego a casa y me recuesto en el sofá, afuera el clima sigue igual y mientras cierro los ojos me doy cuenta… La lluvia se ha adueñado del día recordando al ser humano lo vulnerable que es ante nuestra madre naturaleza.
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