Hace unos días murió una parte mi vida, esa que de algún modo te deja estar en un lugar por demasiado tiempo. Esa de la que te acostumbras durante meses y luego como si nada se te esfuma entre las manos.
Hace un año, se oye tan lejano y sin embargo no lo es, también murió una parte de mi... A menudo me pregunto cuántas partes de mi se han ido y cuántas se quedan aquí, con los míos, con los suyos, con los que aprecian, con los que se desviven, con los que simplemente son arrogantes, estúpidos y esas cosas.
Dejar huella en las personas nunca es fácil, y de hecho nunca puede saberse. A menos claro está que ellas te lo digan.
Ayer volvieron recuerdos del pasado, anécdotas del presente y amor fraterno. Siempre da gusto ver a las personas que quieres y saber que les sigues importando a pesar de todo, a pesar de las peleas, a pesar de la terquedad. Se levanta como una ola gigantesca y te arrastra consigo, a veces te resistes y otras, como esta vez te dejas llevar. Estando en el viaje vas descubriendo cosas que siempre estaban ahí pero que no viste en un principio.
Y pese a lo que la gente pudiera creer, me desvío del camino y me ausento de las cosas típicas porque hace mucho tiempo que no me dejo llevar. Y cuando eso sucede a menudo me gusta disfrutar del viaje, sentir el placer en carne viva y simplemente ser.
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