Siempre me he preguntado acerca de lo tolerante que soy con las personas. O de lo insensible que me he vuelto. Quizá son cosas que perdono a la gente que conozco porque bueno... La quiero, y por supuesto, la conozco.
En varias ocasiones me he encontrado hablando de casos hipotéticos acerca de elecciones morales y éticas. Cosas que no son fáciles de digerir. Cosas que en algunas circunstancias le reprocharía a varias personas pero no a mis amigos.
Nunca he creído tal cosa como que las personas son buenas o son malas, siempre he hablado de los matices, de los distintos tonos de azul que tiene una persona hasta que se vuelve morado... o turquesa o cualquier otra tonalidad. Bueno lo mismo sucede con mis amigos.
Sus elecciones sobre qué droga consumir y en qué cantidad no son cosas en las que debería entrometerme pero es normal que, cuando quieres demasiado a una persona, termines haciéndolo. Mucha gente podría pensar que me llevo con unos drogadictos, pero les puedo decir que la mayoría de las personas que conozco y con las que salgo en algún momento han probado una droga ilegal, no lo hacen siempre, no lo andan diciendo a todo el mundo, no lo glorifican, mucho menos incitan a hacerlo. Tampoco los he juzgado, ni me ha incomodado, mucho menos les he pedido que lo dejen de hacer; al final de cuentas es su cuerpo y es su vida, mientras ella no me afecte directamente no debo entrometerme en ella.
El caso es que cuando conoces demasiado a las personas te confían cosas de las que muchas veces puedes salir sorprendido. Gente que le gusta ser golpeada mientras tiene sexo, gente que adora espíar, voyeuristas y ese tipo de cosas. Esas que hoy en día son incomprendidas, pero que están ahí aunque no las veamos. Es una realidad que se escapa entre los dedos, que podemos palpar y de la que podemos ser testigos.
Una realidad que nos toca y nos ciega porque en el fondo nos es difícil confiar en los demás.
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