Investiación: Yahír Rodríguez y Didier Ucán
Redacción: Didier Ucán.
El bullicio de la
gente se hace presente por todas las amplias calles de la ciudad, poco a poco
los pobladores comienzan a circular por las calles, a veces tan rápido otras
tan lento. La monotonía del lugar y el ajetreo han propiciado a prestarle tan
poca atención a lo que sucede en nuestro hogar.
Ahí dónde las
calles se unen yacen placas alusivas a diferentes historias de las que hoy en
día pocos hemos escuchado hablar, mientras la mente descansa y el cuerpo
camina, las historias van pasando junto a nosotros y tan simple como llegan se
van, sin siquiera tener un grado de comprensión.
Los historiadores
coinciden en que la ciudad ha tenido 3 nomenclaturas oficiales, siendo la
primera aplicada durante el segundo imperio, cuando fuera el comisario imperial
el Señor Ing. D. José Salazar Larregui.
Por aquel entonces solía tomarse como referencia las actuales calles 60 y 61. Todas
las calles paralelas a la 60 eran llamadas 1ª. 2da. 3ra. Acompañadas de referencias norte o sur según fuese el caso. Mientras que
en la 61 se utilizaba el mismo sistema cambiando el norte o sur por Oriente y
poniente.
Ya para mediados
del siglo XIX, un 14 de junio de 1877 para ser más exactos, se dio a conocer un
nuevo sistema en el que se nombraban a las calles con nombres de personajes
ilustres. El eje de dicho sistema seguían siendo las calles 60 y 61. Que pasaron a llamarse Progreso y
Central, de dónde se suscitaron distintos cambios, terminando la calle 47 como la Norte, la 75 como la sur, en
la 50 se encontraba la oriente y la poniente en la calle 70. En total se renombraron unas 39 calles más. Así
como también las plazas públicas sufrieron cambios. “La plaza de armas” fue
llamada “Plaza de la independencia; la de “Mejorada” de la “Libertad”. “Santa
Ana”, “Andrés Quintana Roo”, “San Juan” de la “Reforma y “Santiago” de “Santos
Degollado” entre muchos otros cambios.
Las dos primeras nomenclaturas de la ciudad sólo comprendían los primeros
seis cuarteles que la componían. La tercera y última nomenclatura que es la que
prevalece hasta nuestros días, fue instaurada en 1895 por la H. Junta Directiva
del Censo. Cuando gobernaba Don Carlos Peón Machado.
Desde aquellos días en los que se buscaban sistemas oficiales para
nombrar a las calles, existían en el rito popular el de llamar a las calles por
ciertos sucesos que ocurrían en dichas esquinas.
Los nombres de dichos lugares son tan inspiradores y curiosos, y se
habían metido en la costumbre popular de aquellos pobladores de Mérida,
haciendo su aparición inclusive en libros como el escrito por Don Renán
Irigoyen Rosado de los que desprende un pasaje que explica el recorrido de las
caravanas del carnaval de Mérida.
“Parttirá a las 4 de la tarde frente a la Iglesia de Jesús María, o sea
a “La Unión”, hasta la plaza de Santiago, volviendo hasta la equina de “El
tigre” Doblando a la derecha hasta la esquina de “La Cruz Verde” y de este
punto a la izquierda pasando por “La Lonja” hasta la esquina de “El Moro”.
Desde Ahí tomará por “La Perdiz”, doblando a la derecha hasta la plaza de “La
Mejorada”, regresando por la misma calla hasta la esquina de “La Culebra”. “El
Perro” y “Los Dos Toros”.
Hoy los nombres de las esquinas, atavían las calles de Mérida, más como objeto de adorno para turistas que como otra cosa. Así figuran todavía colgadas de aquellas
paredes las placas con las nombres inspiradores como "La gran lucha", "Las monjas", "La flor de Lis", "El Tecolote" “La veleta”, “El Choch”,
“El Huech”, “El turix” etc. En otras, donde las placas ya se han ido, figuran
todavía los vagos recuerdos de los pobladores que ignoran el fondo y conocen la
forma, y a veces ignoran ambas.
Los Orígenes de los nombres.
Los orígenes de tan particulares nombres son tan diversos como los
colores del mundo; tal es el caso de
diversas esquinas que llevan el nombre por haberse construido ahí un comercio,
ya sea bar, farmacia o cualquier otro. “Varias de ellas fueron llamados así por
negocios instalados en esas calles, farmacias, cantinas, tiendas y cosas así”
dice Don Luis Gil , trabajador del catastro.
La esquina del candado por ejemplo fue llamada así por un comercio que
se colocó en la misma calle y que luego adoptaría tal nombre. Así como la
esquina del gallito en la intersección
de las calles 65 con 63 que adoptó el nombre tras haberse instalado ahí una farmacia. Otras como la esquina del monifato o del elefante fueron
llamadas así por que aquellas figuras estaban puestas en los techos de las
casas. El elefante, era una reliquia de latón que estaba instalada en el techo
de la 65 con 46 y que tanto indígenas
como españoles utilizaban para orientarse. Por su parte el monifato era una
estatua del rey Fernando VII que fue arrasada durante la independencia y tirada a las afueras de Mérida, más tarde
alguien la recuperó y la puso en el techo de su vivienda dando nombre así al
punto comprendido entre las calles 65 y
42.
La conocida esquina de el moro muzo, que era una estatua maya que fue
confundida por una de esa especie, estaba empotrada en la pared y eran
vestigios de la antigua ciudad maya de Thó, ésta sobresalía de la pared dando
nombre a esta esquina, años más tarde en las remodelaciones fue retirada de
aquel lugar de la 65 con 56
La esquina del Degollado…
La gente pasa sin cesar de un lado a otro, en la esquina de lo que hoy
es una panadería yace la enigmática historia de “El Degollado”, la gente sabe
poco o de plano no sabe. Mi compañero de trabajo y yo transitamos por la 60, en
busca de información.
-“¿Dónde queda la esquina del
degollado?” - pregunta mi compañero de trabajo-
La policía le hace un ademán indicando que se haga a un lado, después de
conducir el tráfico, contesta atentamente. –“¿No te dijeron las calles?”- Nuestro intento fracasa y después de caminar
unos cuantos locales junto al mercado de artesanías procedemos a preguntar a
dos guardias de seguridad. Ellos nos indican que está justo en esa esquina,
en el cruce con la 67.
Una vez en la esquina, entramos la panadería llamada la vieja, la
panadería despide un olor exquisito y sin embargo está vacía. Una trabajadora
nos pregunta que deseamos, yo le pregunto atentamente si sabe el porqué del
nombre tan curioso para aquella esquina. Sin titubear contesta –“No, no lo sé,
pero en la matriz deben saber”-
Recorremos de nuevo el camino pasando frente a las puertas del Diario de
Yucatán, y después de unos pasos encontramos aquella panadería, que por fuera
parece pequeña pero que por dentro es inmensa.
El ritual de las preguntas hace su aparición, pronto nos permiten hablar
con el encargado, ante la pregunta del misterio sólo alcanza a apuntar “Dicen
que era el hijo de un panadero, pero no sé, el dueño tampoco creo que sepa, ya
se llamaba así cuando pasamos”. La versión popular indica que era el hijo de un
panadero que maltrataba a un gato, un día el gato se molestó y en un ataque le arañó, degollándolo. Sin tener más que
simples especulaciones abandonamos el lugar.
El día pasa y el misterio permanece mientras el sol se oculta en una
imagen que parecen pinceladas en un lienzo gigante. El insomnio permanece, pero
pasa rápido. Y entre la incesante búsqueda encontramos una pista que quizá pueda llevarnos a la verdad de tal historia. El día siguiente aparece, después de un buen desayuno nos
dirigimos hacia la biblioteca. Registramos la biblioteca en busca de una recomendación de una fuente cercana. Al registrar entre los archivos encontramos justamente lo que buscábamos. De pronto el misterio empieza a develarse, “Esquinas de Mérida y otras
leyendas”. El título de aquel libro hace palpitar el corazón. Ahí hojeando entre las 63 páginas que conforman tan bello ejemplar, nos perdemos y nuestros deseos se hacen realidad cuando vemos un
pequeño relato que le da origen a la leyenda de la esquina de la 60 con 67.
Cuenta Eduardo Aznar que el relato se origina de un barbero de nombre
Lucas Pinzón, que tenía su negocio en la esquina de la 60 con 67 a finales del
Siglo XVIII y principios del XIX, en las entonces llamadas calles de Tecoh y el
camino de Campeche. En aquellos tiempos las barberías funcionaban como
laboratorios, gabinetes dentales e inclusive hospitales de emergencia. Así pues
podían encontrarse medicinas y otros instrumentos en dichos negocios.
El famoso “fígaro” era bien carismático y cada noche se ataviaba en un
traje elegante, y después de dejarle de encargo el negocio a su socio, se
perfumaba y emprendía una caminata que concluía en la calle de Matadero con
Santa Lucía, una vez ahí procedía a silbar cual azulejo, dedicando su melodía a
su amada de nombre Hipólita , a quien el trato y el cariño le fue comiendo
letras, hasta llamarla simplemente Lita.
Se dice que un día, durante una ceremonia religiosa, la iglesia de
monjas estaba llena de bote en bote, y
entre la multitud acogida ahí, se encontraban la dulce Polita y su madre. Éstas
se ganaban la vida bordando y tejiendo, la madre era muy recelosa con su hija,
ya que era lo único que le quedaba, por lo que se resignó a aceptar el noviazgo
que su hija tenía con el barbero de profesión.
Durante la misa unas miradas se cruzaron, la madre nada despistada se
fijó en tal curioso acontecimiento que enseguida le alegro el rostro. No era
para menos, la mirada que se clavaba en los ojos de su bella hija era nada más y nada menos que la del Capitán General, y representante del Rey
Carlos IV, el mismísimo Lucas de Gálvez.
Una vez terminada la misa, una bola de curiosos se acercó para ver un
inusual hecho, el Capitán General se acercó a la muchacha, sumergió los tres
primeros dedos de la mano diestra y se las puso sobre la frente a una apenada y
orgullosa Lita que aceptaba el gesto.
Las noticias de tal acontecimiento no tardaron en llegar a los oídos del
barbero. Quien esa misma noche fue a visitar a su amada, luciendo prolijo;
encargo una docena de alforjones de pinole en una panadería llamada la
vieja, éstos fueron colocados en una caja de hojalata que fue envuelta con
fino papel de botica y atado con un listón verde y un moño grande y vistoso. El
regalo iba a acompañado de una tarjeta con dos palomas y dos corazones
atravesados con una flecha.
El ritual habitual se produjo y justo cuando llego a aquella casa en la
calle de Matadero chifló pero no obtuvo respuesta, permaneció ahí durante un
tiempo, hasta que una puerta se abrió; los ojos de Lucas se iluminaron, pero
perdieron su brillo cuando vio aparecer a la madre de Polita. Él preocupado
preguntó si algo le sucedía a su amada, a lo cual la señora le respondió que se
encontraba con una jaqueca y que no podría salir a recibirlo. El joven
carismático salió del lugar, no sin antes insistir en que conservaran el regalo
que le había llevado, pero la madre le rechazó, argumentando que podían
desatarse chismes que pudiesen afectar a
ella y a su hija.
Ante el intento fallido de visitar a su amada Pinzón se dirigió a dar
una vuelta por la plaza , justo cuando pasaba por el asilo de las hermanas de
la caridad, en lo que hoy es la esquina de la 61 por 62 vio pasar el carruaje
del gobernador. Un sentimiento extraño
le inundó de pies a cabeza que lo hizo tirar el presente que todavía llevaba y se
dirigirse a toda prisa hacia la casa de su amada Lita. Pero antes de llegar fue
interceptado por los guardias del Gobernador. Quien lo encarceló.
La visita del representante de Carlos IV, concluyó de buena forma, ya
que madre e hija se encontraban satisfechas,
con la promesa de que el gobernador volvería a la noche siguiente.
El gobernador dejó ir al barbero amenazándolo con que no volviera a la
visita, pero la fuerte convicción de Lucas Pinzón hizo que volviera la noche
siguiente a ver a su amada. Una vez ahí tocó a la puerta y su amada Lita le
abrió, apenas le vio, dijo a su madre -“Mamá es el barbero será mejor que le
digas en lo que hemos quedado, me voy a
peinar que tenemos visita en la noche”- La madre salió y le atendió al buen
hombre diciéndole –“ Mire Don Pinzón, yo creo que usted es un buen hombre,
carismático y hasta honrado como dicen,
pero debe usted comprender que mi hija se enamoró del primero que pasó, ahora se ha dado cuenta
de cuanto la quiere el gobernador y como dice éste “Cada Santo con su manto”.-
El fígaro quedó decepcionado ante el rechazo de madre e hija y se
refugio en la falsa esperanza que le obsequiaba el agua ardiente, fue donde su
barbería y se despidió de su socio,
luego cogió algunos trapos y utensilios y escribió una carta que dejó
encima de una mesa.
Al día siguiente el socio como de costumbre llegó a la barbería con la intensión de
trabajar, tocó la puerta pero no obtuvo respuesta, cansado de esperar por unos
minutos se dirigió hacia los lugares que su asociado solía frecuentar pero no
obtuvo éxito.
Volvió a la barbería donde se encontró a unos guardias, quienes buscaban
al buen Lucas, éstos dijeron “Abra en nombre de su majestad”. El gran amigo del barbero les argumentó que no
serviría de nada, pues Pinzón no se encontraba en la barbería, de otro modo
hubiese contestado a sus llamados.
Una gran aglomeración de gente se formó por la calle al ver tal
espectáculo, con brutalidad los guardias arremetieron contra la puerta de aquel
negocio derribándola.
Guardias y ciudadanos quedaron estupefactos al observar tal horrible
escena. En un butacón con la cabeza
colgando al vacío, yacía el cuerpo del barbero Lucas Pinzón. En el piso la
sangre que ya se coagulaba dejaba comprender que había corrido por todo el
lugar como arroyos. A unos pocos pasos de aquel butacón, se encontraba una
filosa navaja con tinta malva.
De las yugulares del infortunado brotaban aún pequeños hilos de sangre.
Podían apreciarse con nitidez los cortes en la garganta del que en vida fuera
Lucas Pinzón. Alguien sugirió llamar a un doctor, pero el representante del rey
ordenó que se le sepultara en una fosa común debido al pecado cometido.Los guardias envolvieron el cuerpo del deshonrado, barbero entre unas
sábanas y una hamaca propiedades del difunto junto con la navaja que lo había
llevado a aquel trágico final.
Por un tiempo el incidente quedó
olvidado, aun así la gente supersticiosa evitaba pasar por esa esquina a la que
empezaron a llamar de “El degollado”.
La historia de Polita y del gobernador, terminó también de forma abrupta y trágica, si se quiere. El Gobernador dejó de visitarla después de un tiempo. Lita entonces se dedicó a amar y dejar de
amar a su antojo, con tal popularidad,
que la gente empezó a llamar a la esquina dónde vivía, de la “veleta”.
Una tradición de peso y que va olvidándose.
En el año de 1928, durante el gobierno de Don Álvaro Torre Díaz, visitó
la ciudad la periodista norteamericana Miss Norton, quien quedó maravillada por
la costumbre popular de darle nombres a las esquinas, con lo cual hizo un
reportaje para el afamado periódico “The New York Times”, antes de ella, otros reporteros de apellidos Waldeck y
Stephens también quedaron maravillados ante tan peculiar costumbre.
Y a pesar de eso parece ser que dichas historias siguen pidiendo a
gritos en silencio, ser conocidas por los locales, de la gente mayor que alguna
vez escuchó hablar sobre ellas quedan muy pocas, en un sentido extraño debería interesarnos lo que ahí sucedió; por
el contrario, pasamos la vida ajetreados entre los mítines, las
manifestaciones, los asaltos y las declaraciones de amor y otras tantas cosas
que suceden en la vida.
Sobre las historias de esquinas como el degollado y la veleta, sólo
podemos enterarnos y esperar a que nuestras conjeturas sean verídicas, de la veracidad o la leyenda poco puede saberse, sólo queda preguntarle a la intersección de la 60 con 67...
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