No soy una persona de sueños. Más bien, no soy una persona que recuerde sus sueños. Hoy dormí 5 horas. Lo habitual si hubiese sido un desvelo por jugar videojuegos o que tuviera algún compromiso por la mañana. En vez de eso escribo esto frente al monitor, me he tomado las vitaminas de todos los días y venido directamente al ordenador.
Mientras bajaba mi time lime de Facebook, el miedo me asaltó. Soy una mala persona, siempre lo he sido.
“Hay peores que tú”, suele decir un amigo muy querido. A menudo concuerdo con él, pero tan poca empatía y mucha antipatía me hace sentir raro. Nunca hubiera creído que un evento que sientes tan lejano de pronto te toca.
Hace apenas unos meses encontraba lo hermoso en aquel contacto que cuidaba de su ser querido, el acto de amor más desinteresado que he visto en mi vida. Cuidar de alguien que ni siquiera sabes si volverá para verte, para reír contigo. Y aun así mantener esa esperanza de que en algún día ella despierte. A veces entre las tragedias encontramos algo esperanzador, algo que nos orilla a pensar en las maravillas de la humanidad; pero como toda gran dualidad la humanidad no se exime de horrores, porque justamente son parte de la vida, parte esencial del vivir.
El 16 de enero de 2017 (lo escribo así porque se supone que esto perdura en internet) se registró una balacera en Playa del Carmen dejando un saldo de 5 muertos, una mujer y 4 hombres. 4 personas de las fallecidas eran extranjeros. Esto sucedió apenas a poco más de 300 kilómetros de donde vivo, ciertamente no es tan cercano pero no puedo evitar sentirme mal. Ante el ataque del Blue Parrot se encuentra una problemática compleja de narcotráfico, derechos de piso y disputas de territorios. Cosas de las que no quiero ni intento hablar en este escrito.
Al día siguiente, el 17 de enero, un ataque a la fiscalía de Cancún, Quintana Roo. Dejaría un saldo de 5 muertos, entre ellos un policía y los demás presuntos delincuentes.
La preocupación vino a mí; aunque estaba en negación no puede evitar contactarme con mis familiares. Afortunadamente nada que lamentar.
Ese día tuve el primer sueño, todo era tan confuso, estaba en una ciudad. No sabría decir cuál era, pero era al parecer pacífica, era por la noche la hora exacta la sé porque la vi en una especie de Torrre de Reloj, las 10 pm. Aparentemente había llegado con motivos de viaje con un amigo de toda la vida, en el camino habíamos hecho otros más. Seguíamos un camino rumbo a la playa, donde según recuerdo, nos esperaban unas casas de campaña una fogata en la playa y una barbacoa.
Mientras caminábamos por la ciudad una camioneta militar pasó, la seguían de cerca cuatro carro patrullas, alguien del grupo en el que estaba alcanzó a decir
- ¿Quién sabe a quién andan buscando?
Unos segundos después escuchamos la primera detonación. La gente en las calles se arremolinó, corrían en todas direcciones sin saber bien a dónde ir. Todo era confusión, caos. En un abrir y cerrar de ojos, la paz que reinaba en las aquellas calles apacibles se había convertido en vendaval de emociones incomprendidas, ahora que lo rememoro me pregunto si tuve tiempo para pensar si era así cómo se sentía el miedo.
Corrí sobre la avenida, en dirección contraria de donde provinieron aquellos aterradores sonidos, intenté buscar con la mirada a Rafa pero él no estaba ahí. En algún momento entre el desconcierto lo había perdido. Intenté ir hacia una de las puertas que se encontraban cerca de mí pero era inútil.
¿Quién en su sano juicio abriría la puerta después de haber escuchado semejante sonido?
Seguí en mi escapada, doblé unas cuantas esquinas y de repente vi una pequeña barda que llevaba hacia una edificación abandona, donde sólo quedaban paredes casi destruidas. Un lugar, en el que aunque remota, había posibilidades de esconderme. Salté aquella barda y me posicioné cerca de una pared que daba hacia una especie de monte. Detrás de mí escuchaba los pasos de la gente que seguía corriendo en busca de un lugar seguro. No fui el único en tener la idea de que aquel lugar ofrecería resguardo. Dos jovencitos de aproximadamente 14 y 15 años de edad pasaron por delante de mí rumbo al monte, no notaron mi presencia.
No puedo tener conciencia de cuánto tiempo se supone que hice ahí, después de todo era un sueño, sólo recuerdo que la angustia recorría mi ser, las detonaciones seguían, y parecía que cada vez estaban más cerca, en algún punto me encorvé junto a una esquina del edifico.
No era una ilusión, efectivamente los disparos se acercaban, escuché las botas de los militares y las llantas de los carros pasando por la calle, me asusté más; mis dientes castañeaban. Estaba deshecho.
Había gritos pero no pude escuchar qué era lo que decían. Los pasos sobre la acera me alertaron, tenía todo en contra. Todo era incertidumbre, si alguno de los agresores me encontraba era hombre muerto; y en el peor de los casos incluso una confusión de los agentes del orden podía causarme la muerte. Escuché cómo alguien subía la barda.
Aún con los dientes castañeando me moví hacia una de las ventanas del edificio y me asomé. Lo que vi únicamente sirvió para aterrarme más. Alguien se acercaba hacia mí, entre la oscuridad del edificio se extendía una luz, la de una linterna.
Pensé que era el final me quedé agazapado esperando una oportunidad para escapar, perdí la concentración al escuchar un ruido metálico. ¡No era uno, eran más!
Desde el otro lado de la habitación se acercaban otras dos luces intenté correr hacia la salida más cercana, pero una luz me dio en la cara.
Desperté.
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