El pitido de un claxon, los
sonidos de los motores, la señora que camina de la mano de su hija, el semáforo
cambia. Las nubes se mueven y dejan entrever los rayos del sol. El policía y su amigo, el silbato, dirigen el tráfico; en
la esquina el mendigo pide limosna bajo las puertas de aquella portentosa
iglesia que se alza hacia el cielo.
Ahí estoy, junto a l pilar de
aquel edificio de gobierno. Por un momento intento comprender más de la
humanidad. A mi lado pasan dos estadounidenses, en mi precario inglés puedo entender “Esa iglesia es rara”, Para
después perder la plática entre los sonidos guturales de aquellos animales
metálicos que hemos domesticado y a los que hemos nombrado como automóviles.
Alzo la cabeza, veo a las aves
hacer una especie de espiral mientras los murmullos en las calles hacen su
aparición. Camino unas cuantas cuadras y cansado de escuchar los sonidos de la
jungla de asfalto me coloco los audífonos. Al ritmo de lo alternativo veo a una
niña pedir un chicharrón, la madre le regaña; ignoro lo que se dice pero puedo percibir sus acciones. A mi mente llega una escena de mi infancia. Me veo caminando
por la plaza grande, intento perseguir a las palomas pero estas levantan el vuelo. Volteo y
entonces veo a lo lejos a un
chicharronero con mi precario lenguaje
alzo el brazo y señalo hacia aquel señor con la canasta, mi madre me mira y me
dice que no. Acto seguido me jala del brazo, yo lloro más por el jalón que por
la negación.
De pronto un grito me devuelve a
la realidad. “Quítate”. Me hago a un lado para que aquella señora apurada pase,
la dama baja de la escarpa y justo cuando ha llegado a la mitad de la calle el
semáforo cambia; los pitidos no se hacen
esperar. Ella corre, eso sí sin perder la actitud, llega al otro lado y con un
gesto le menta la madre al conductor de la pick up negra que le ignora. Este
avanza por la calle y se pierde en el horizonte hacia un lugar que desconozco.
Cruzo la calle, llego a un
parque, ahí la gente platica y se reúne,
una niña de unos 3 años persigue a una paloma que sólo da vueltas, la inocencia
de la infante me hace sonreír. La niña me mira y me sonríe, la paloma por fin
levanta el vuelo y yo…
Yo sólo incomprendo más de la
humanidad.
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