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Paranoia.


Gabriel se alistaba para salir rumbo a un día ajetreado, estaba de vacaciones, pero debía  salir a realizar algunas diligencias. Pagar al banco, devolver una película, sacar unos libros y encontrarse con un amigo para comer. El reloj había sonado desde las 8 de la mañana, pero Gabriel no se había levantado sino hasta las 9:30, cuando con un súbito salto se acordó de las obligaciones de ese día. Se bañó, afeitó y tomó sus audífonos, reproductor y celular. Se dirigió a la puerta y luego de despedirse de su madre, partió rumbo al centro de la ciudad. 

Subió en el transporte público, pagó y entró con los audífonos puestos, encendió la música de su reproductor y  fue con la intensión de sentarse. No encontró ningún  asiento disponible en la  parte delantera del autobús. Entre empujones y movimientos incómodos se abrió paso entre la gente que se encontraba parada en aquel vehículo, pasó hacia la parte trasera y por fin encontró un asiento. Después de unos minutos  de viaje, mirando las ventanas y disfrutando de la música, por fin llegó a su destino.

Bajó del autobús y se dirigió al banco, camino tres cuadras hacia adelante y luego dobló a la izquierda, en ese momento se sintió algo extraño, aun así, continuó su camino y se lo atribuyó al fuerte calor que hacía. Continuó caminando y se paró en la esquina; los autos pasaban  y el sentimiento extraño volvió. Cuando los autos terminaron de pasar, cruzó la calle. Mientras caminaba por fin pudo darle un sentido a esa sensación extraña, la había tenido en otra ocasión, en varias para ser más exactos,  se trataba como si alguien o algo lo mirara. 

Volteó, y escudriñó disimuladamente entre la gente, pero no pudo encontrar algo. Así que avanzó unos pasos más y entró al banco. Ahí la sensación se calmó, esperó pacientemente su turno, luego de checar su cuenta y pagar unos pendientes, se marchó. Cruzó nuevamente la calle y esta vez se dirigió hacia el norte.  Se percató que la impresión que tenía hace unos momentos se había ido. Caminó durante un corto periodo y llegó hasta el videoclub dónde devolvió  una cinta llamada  Memento. Revisando entre sus cosas, recordó que debía ir a la biblioteca, esta quedaba demasiado lejos de dónde estaba en aquellos momentos, pero si las cuentas y el tiempo no le fallaban estaría justo a tiempo para ver a su amigo Juan en una cafetería cercana.

Salió del videoclub, y  se dirigió a toda prisa por el oeste, la biblioteca quedaba a unas 10 ó 12 cuadras de dónde estaba, pensó en pedir un taxi, pero entonces tendría que esperar demasiado a Juan, como última opción, decidió caminar. Avanzó unos cuantos pasos, un hombre le sonrió, él le contestó de igual forma y siguió con su camino. Gabriel caminaba sin prisa alguna, tenía demasiado tiempo hasta llegar a su cita con Juan, así que continuó a paso medio y mientras se distraía un poco, pudo ver de reojo a un hombre de aspecto extraño.  Playera sin patrones o dibujos, mezclilla y botas negras, con lentes oscuros. Rápidamente un escalofrío recorrió su cuerpo. Aun así no le tomó importancia y continuó la marcha normal, el hombre se abría paso entre la gente y caminaba un poco más rápido de lo habitual.

Gabriel, se percató de ello y empezó a apresurar el paso. Sintió, por algún motivo desconocido, que el extraño le buscaba a él, apresuró y cruzó la acera. Podía sentir como los pasos de aquel hombre se acercaban, aun cuando aquel hombre estaba a metros de distancia de él. Volteó disimuladamente hacia la acera de enfrente pero no lo vio.  El alivio duró muy poco, al cruzar la calle de enfrente se percató en realidad de que estaba en la misma acera que él. Caminó aún más rápido que la vez anterior, pero no pudo perderlo, dobló hacia la izquierda.  Incluso cuando esto suponía desviarse de su camino original. Siguió por esa calle, sin resultados positivos, el hombre seguía detrás de él; deseo con todas sus fuerzas que esto no fuese realidad y se paró junto a tres personas que estaban en la entrada de un negocio.

El extraño se acercaba y cada paso que daba, el corazón de Gabriel  latía cada vez más descontroladamente, cuando al fin estuvo a  una distancia prudente, el extraño le dirigió la palabra.

-          Hey! Amigo se te cayó esto-
Extendió la mano y le dio su billetera.
      - Pensé que nunca te alcanzaría, intenté gritar pero no pareciste escucharme, en fin qué tengas buen día-
      - Gracias- 

Contestó Gabriel sintiéndose algo apenado.  Después de  asegurarse que la billetera ya no se le caería siguió rumbo a la biblioteca, tanto ajetreo, le había causado una ligera pérdida de la noción de espacio-tiempo. Consultó con su reloj y vio que todavía estaba a tiempo. Se dirigió hacia la biblioteca y luego de devolver el libro se dirigió hacia el café “Los Lagartos”. Una vez ahí y después de tomar unas 2 tazas de cappuccino decidió junto con juan ir a un centro comercial. Todo transcurrió normal, durante esa visita, fueron a observar algunas cosas  que Juan quería comprar para su novia, y luego fueron al cine.  Disfrutaron de la película y pronto se despidieron. 

Se fueron por rumbos diferentes, debido a las diferentes ocupaciones que debían realizar. Tan pronto como Luis se hubo ido, Gabriel tomó el transporte rumbo al centro.  Eran las 9 de la noche, Gabriel entró al autobús y se sentó en la parte trasera, se colocó los audífonos y empezó a disfrutar de las canciones de Carlos Santana. Sintió un ligero olor a alcohol, pero no le tomó importancia, después de 15 minutos de viaje, por fin llegó a su destino. Bajó tranquilamente por la puerta trasera y caminó rumbo al último transporte del día. 

Dio vuelta a la derecha, continuó dos cuadras más adelante y entró por un pequeño pasillo que había entre unos edificios, pasó a través de él y  vio una calle oscura, estaba a dos cuadras del paradero. Caminó apresuradamente  y entonces sucedió, tan rápido como un rayo que baja del cielo y se estrella en el suelo, o como un automovilista yendo a 130 km por hora. Gabriel yacía en el suelo, la muerte no era como se la imaginaba, o como se la habían contado en la televisión o el cine; fue tan vertiginoso que no pudo sentir dolor alguno… Es así, que mientras la luna resplandecía y el cielo se pintaba con rayos por algunos instantes Gabriel murió.  ¿Quién diría que un extraño le quitaría la vida? O peor aún, que él nunca sospecharía nada.

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