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Éxtasis

Entrelazó los dedos con de sus manos con un movimiento que denotaba sutileza. Poco a poco fue deslizando con vehemencia hasta concretar la toma de sus manos. Se enjugó los labios y los acercó lentamente hacia el cuerpo de su compañero, seguía con la mirada los pequeños puntos negros que estaban distribuidos a lo largo de su cuello. Comenzó a contarlos. Llegó hasta el trece, quiso continuar, pero algo se lo impidió:

  Perdí la cuenta- Dijo ella.

Se arregló el pelo con un movimiento sutil de manos y comenzó de nuevo justo como la primera vez; hundió suavemente sus labios en la boca de él, fueron más de 5 segundos, se desprendió, tomo aire y después de arremeter con calma sobre su cuello, le mordió los labios.  Creyó escuchar un pequeño quejido.

-     – Lo siento. – murmuró.

Los dedos de ambos dejaron de entrelazarse, ella se colocó encima de él y una vez ahí comenzó a desnudarse con una sonrisa de complicidad. Deslizó la blusa por su torso blanquecino y una vez se hubo liberado de ella la desechó hacia un lugar desconocido en aquella habitación sucia.
Siguió con el sostén, esta vez fue mucho más rápida.  Pasó los brazos por detrás de la espalda y en un santiamén había desaparecido. La prenda dejó al descubierto sus pequeños pechos. La tenue luz de la luna, que se coló por la ventana de la habitación, alumbró por unos instantes aquel cuerpo grueso.  
Buscó a tientas el cierre de su compañero, cuando por fin lo encontró abrió con nerviosismo. Tomó su miembro y lo introdujo dentro de sí. Deslizó el cuerpo con delicadeza y se dejó llevar por la oleada de endorfinas que empezaban a dominar en su mente.

Perdió la noción del tiempo, solo meneaba las caderas a un ritmo que al principio le costó encontrar. Todo era silencio, era extraño, pero de alguna forma le gustaba, podía escuchar con atención su respiración. Cada exhalación, cada suspiro. La piel se le enchinó, los vellos del cuerpo se le erizaron.  Su corazón latía aceleradamente.

Inmersa en el bamboleo de caderas se extravió, desapareció en un instante de la faz de la tierra.  Hacía tiempo que no tenía esa sensación, 4 años para ser exactos. Llegó el éxtasis, todo su cuerpo se estremecía, los movimientos se volvieron más violentos; salvo por el chirrido del mueble en el que se encontraban, la habitación estaba prácticamente en silencio.

Empezó a juguetear con la cara de su compañero, pasaba los dedos por la sien, acariciaba los pómulos mientras continuaba con su ritmo desenfrenado. Pasaba con más interés los manos por la cara de su cómplice nocturno.

Clavó con fuerza las uñas de la mano derecha por la frente de su amante, no hubo lamentos. Con la izquierda arremetió hacia la cuenca derecha, la uña del dedo anular se deslizó con parsimonia por el globo ocular. Este se deslizo por fuera de él, la sangre comenzó a brotar, ella parecía no notarlo.
 Continuó arremetiendo con las uñas por dónde pudo, cuello pecho, brazos. Era un carnaval.  El festival terminó con un gemido placentero que se ahogó de inmediato. 

Se despegó de él, buscó sus prendas por el piso. Se vistió y se alejó del cuerpo mancillado. Estaba ahí inerte, inexpresivo, miraba a la nada. Registró entre sus bolsillos y cogió las llaves, Fue hacia la puerta. Salió del edificio. Las manos todavía tenían vestigios de sangre y piel desecha, tomó un candado y cerró.  Se marchó caminando, volteó para ver el cartel luminoso que rezaba:


“Crematorio San Rafael”.

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